Desabrochando a Martha

Hace una semana yo tenía un plan: ir cerrando proyectos para el fin de año y comprar los últimos juguetes para mis sobrinos.  Mi plan para hoy era, prácticamente, mudarme a la casa de mi hermano para saborear el dulce sabor de recién nacido: hundir mi nariz en el pequeño cuello de Santi y absorber ese olor a bebé con leche cortada.

Pero la vida es cruel y horrible. La naturaleza una mierda. Darwin un hijueputa.

El plan del 15 de diciembre era ir al stand up de Hernán Jiménez con mis amigas.  Hasta que me llamó mi hermana para decirme que mi cuñada ya estaba en labor.

Entonces el plan era irme a apoyar a mi hermano en la espera de Santi y después, al stand up.  15 minutos después de llegar al hospital, todos los planes se fueron a la mierda. Mi corazón se fue a la mierda. La vida entera se fue a la mierda.

Santi, mi pequeño sobrino gato cachorro murió.

¿Como? Nadie se lo explica.

¿Por qué? Nadie sabe.

Entonces, ya no había plan. Solo había un centro de operaciones: cotizaciones, tiquetes aéreos, llamadas incómodas, lagrimas, dolor… mucho dolor… un dolor tan grande que todavía se siente.  ¿Se acuerdan cuando he dicho que hay un dolor tan grande que se siente aquí en el pecho? Este es peor porque duele en el alma, en la esperanza, la vida duele, despertarse ante la tristeza hoy.

Hoy mi familia debería estar sacando cólicos y cambiando pañales… no en enfrentando esto, llorando históricamente, buscando cómo ser fuerte, cómo sobrevivir.

Me he encerrado en una ostra y por ahora necesito estar ahí mientras monto otro plan y me imagino la vida sin ser Tía Gata.

Por eso si no contesto mensajes o llamadas, es porque tengo que poner prioridades y, en ese momento, mi prioridad es otra.

Si, como me dijeron, parece que tengo una mala actitud cuando contesto, es porque la tengo.

1. No me gusta el queque
2. No me hicieron fiestas de cumpleaños cuando era pequeña
3. En mi época universitaria, mis fiestas era épicas
4. Hago la cuenta regresiva desde muy pequeña
5. Llamaba a mis papás a la oficina para recordarles que faltaban x número de días para mi cumple y después colgaba
6. De grande también
7. Después de la primera semana, mi familia se harta, lo cual no quita que lo siga haciendo
8. La lista de regalos comenzó con mi amiga Melili
9. La gente nunca adivina mi edad
10. Nací el mismo día que se conmemora la caída de la primera bomba atómica
11. El mejor regalo fue un viaje a México a mis 15 años.
12. Casi nunca saco vacaciones el día de mi cumple
13. Para una fiesta, puse instrucciones específicas de lo que debían hacer mis invitados antes de llegar: terminé con 15 paquetes de herraduritas de Giacomin
14. Mi mamá y mi hermana me mandaron flores al colegio para un cumple y mentí despiadadamente, diciendo que me las había mandado un mae que conocí en la playa unas semanas antes.
Nota aclaratoria: sí conocí al mae y hablábamos por teléfono, es más, fue el primer mae con el que baile salsa… solo que el no me mandó flores.
15. Me gustan los días lluviosos… nada tiene que ver con mi cumple… pero bueno, diay… fijate vos…

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La verdad es que es muy difícil aceptarlo tan públicamente como en un blog.  Yo siempre lo he sabido, desde pequeña en realidad.  Es más, creo que mis papás y mis hermanos siempre lo sospecharon, pero no era un tema que se hablara abiertamente… es decir, mi conversación sobre sexualidad con doña Martha se dio a mis 18 años, en la romería antes de irme de intercambio, cuando ella me señaló una valla de condones Durex y me dijo: “bueno… ya sabe…

Así es que esto de hablar de cuál era mi preferencia sexual, no era algo que se diera.  En fin, lo cierto es que a mí siempre, desde pequeña, me han gustado los hombres.  Es más, a los 5 años le pedí a Leonarndo García que fuera mi novio, pero me dijo que no porque era novio de Stephanie.  Eso no impidió que en todas las fotos de anuario yo saliera viéndolo, con ojos de vaca ahorcada.

Ufff… la verdad es que es un alivio admitir mi heterosexualidad y que todo el mundo lo sepa de una vez por todas: me gustan los hombres,  me encantan los hombres.

…así es queeeeee… ¿qué hay de comer?…

Suena raro, ¿verdad?

O sea, ¿qué es este tipo de payasada, Martha?  ¿Qué te está pasando por la mente?

Bueno, si les parece una tontera que yo haya admitido que soy heterosexual, ¿por qué es una necesidad que nuestros amigos homosexuales lo admitan públicamente?  ¿Qué es ese deseo casi mórbido de señalar al otro para poder ponerle una etiqueta?  ¿Qué será?  ¿Pensamos que los vamos a rescatar de sus ataduras y le vamos a otorgar la libertad ansiada de ser lo que son?  ¿En serio pensamos que tenemos ese poder?  ¿O será más bien que lo ocupamos para poder hacer/resistir chistes denigrantes, ponerles apelativos despectivos y asegurarnos de no salir medio chingos delante de ellos porque y vaya a ser que les guste todo esta belleza que hizo mi mamá y Dios me dio.?

No me tomen a mal: entiendo que hay una necesidad individual por aceptar el verdadero Yo con todo y ángeles, demonios y bestias. Si es su deseo admitirlo porque ya no puede más, no puede seguir aparentando lo que no es o simplemente le dio la regalada gana… pues hágalo, que aquí todos creemos ser libres.

Mi crítica es hacia todas las personas que exiguen que alguien «lo admita», es hacia ese egocentrismo, ese narcisismo que sentimos por encasillar a los que nos rodean.  Y lo digo en primera persona plural porque, por mucho tiempo, yo lo sentía así.  Por un lado, porque soy curiosa, por el otro porque en eso se esta convirtiendo esta sociedad.
El día que me di cuenta del error estaba hablando con un ex.  Él cayó en cuenta que amar se siente igual en cualquier cuerpo, se siente rico compartirlo y que qué importa si al vecino le gusta hacerlo con un tipo o una tipa, siempre y cuando no le haga daño a nadie, por supuesto.

¡BOOM! Su cerebro explotó.

Lo cual es cierto: el saber su sexualidad no le da un valor agregado a nuestra relación de amigos, porque lo interesante es que no le quita su habilidad para compartir secretos, frecuentarnos para tomar un café y contarnos nuestras vidas, acompañarnos en los momentos difíciles, celebrar acontecimientos magnánimos y participar de las cosas que le gusta al otro, en la seguridad que brinda el cariño mutuo.

A lo que voy es que dejemos vivir al otro a como nos gustaria que nos dejen vivir…

No sé cómo se llama.  No sé quién es.  No sé si tiene familia.  No sé cuáles son sus sueños, sus metas, sus ideales.

Pero no se me sale de la mente esa última mirada.

Alto, moreno, ojos verdes, cabello castaño y tez bronceada: bien podría ser pakistaní, afgano o árabe.  Un día de tantos, comenzó a llegar al súper del chino cerca de mi casa.  Ayudaba a empacar las bolsas, a acomodar los estantes, a cuidar la puerta.

Es indiscutible su atractivo, pero lo que más me impactó fue su cara siempre inexpresiva y su mirada como si leyera mis pensamientos, como si supiera mis secretos, mi pasado.  Es de esa clase que por más voluntad en el corazón, solo el amor podría la sostener.  Desde que él se daba cuenta que me iba acercando, la mirada era fija en mí y yo la sentía cómo me seguía detrás, por cada uno de los pasillos del establecimiento.

Yo lo veía porque es un confitico al ojo, ni loca que una estuviera como para no aprovechar ver tanta belleza en un solo lugar.  Pero mi malicia indígena se despertaba y al acercarme, movía mi cabeza en otra dirección, suficiente, solo lo quiero para mirarlo, no voy a dar pie a nada más.  Al final de cuentas, estos son los barrios del sur de la capital josefina.

Estoy segura que él y yo sabíamos que él sabía, que yo sabía, que los dos sabíamos.  Además, ustedes me conocen: las neuronas del disimulo nunca se encontraron en mi cerebro…ahí deben de andar buscándose.

El nunca me dijo nada, ni yo a él.  No sé si tiene la voz grave o si es amable o si tiene los dientes torcidos.

Porque seamos honestos aquí: cada vez se hace más difícil socializar con un completo desconocido y ni entre conocidos nos vemos a los ojos.  Vivimos en un mundo donde estamos conectados todo el día, hablamos, compartimos, nos contamos la vida y milagros… pero cómo cuesta vernos.

En fin, él ya era parte de escenario en la pulpería: su presencia era innegable y constante.

El tiempo pasó y desapareció hace meses.

…hasta el sábado pasado…

Iba caminando hacia la feria del agricultor.  Él estaba con dos tipos de dudosa reputación, de esos que llamamos raticas.  Desde que lo vi en la esquina, sentí un vacío en el estómago: parado al frente de Narcóticos Anónimos, con la ropa que bien pudo haber sido del tío gordo que falleció, demacrado.

Desde que me vio, no me quitó la mirada.  Le dijo algo a los tipos que lo acompañaban, me volvieron a ver y comenzaron a vomitar culebras y sapos:“uy mami, qué rica que está, qué piernotas como para…”

El no dijo nada.

Yo no le pude quitar la mirada porque le vi algo extraño, diferente.

Fue él quien volteó su rostro cuando pasé al frente.

¿Tristeza? ¿Vergüenza? ¿Timidez?

Desde entonces, no me lo he podido sacar de la cabeza.

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Martes a las 8:30 ya tengo la práctica de los últimos 15 días de contestar el celular apenas sonara.  En media reunión telefónica con gente de todo el mundo, apenas me salió un excuse me, excuse me…  ¿Cómo se dice en inglés que a Yelba le quedan horas por vivir? … I gotta go, my grandma is in the hospital, my mom just called, hours left… bye…

¿Cuál es su nombre? ¿Yelba de Solano?  No, ¿Yelba Chaves?… Yelba Moreira… mi abuela está falleciendo en el cuarto piso… la desesperación en mi cara debió de ser muy explícita porque el de seguridad ni revisó los permisos, solo me dejó pasar.

Poco a poco, miembros de mi familia fueron llegando para tener unos minutitos a solas para desearle buen viaje, saludos al abuelo, perdonar, tranquilizar, decir adiós.  De verdad, ¿alguien se ha puesto a pensar qué es lo que se le dice a esa persona que está a punto de morir?

Las horas se hacen eternas en la espera más angustiosa de la vida.  Además de ser paradójica porque no querés que muera.  Pero por lo mismo, querés que ya descanse, que no vuelva a sufrir, que no le duela nada.  ¿Será por eso que se llama agonía?  ¿Se referirá más a lo que uno siente que a lo que ellos pasan?

El doctor nos explica que no hay una forma de saber cuánto tiempo durará: a como pueden ser unos minutos, han habido casos que duran hasta dos semanas.  Así es que decidimos irnos a descansar a nuestras casas, excepto doña Martha.  La muerte de mi abuelito Bertilio, solo en una silla de la sala de Emergencias, esperando a ser atendido, ha dejado huella y por eso se rehúsa a dejarla.

Yo no puedo dormir.  Gracias Dios por Netflix.

A las 12:30 mi corazón late a mil por hora cuando siento el teléfono vibrar.

“Ya mi mamá está descansando”

“Ya voy para allá.”

En la sala del hospital, una prima está llorando, doña Martha hablando con su hermana y yo estoy sosteniéndole la boca a Yelbis para que no se le abra, con los ojos cerrados porque tengo la peor relación con la muerte: no me gusta verla.  Pero por más que los apreto, no paran de salir lagrimas… ¿qué es este dolor tan terrible en el corazón?

Todo fue tan rápido y, al mismo tiempo, tan largo.

Si me preguntan, yo estoy tranquila, aunque me siento en un limbo porque no estoy ni bien, ni mal.  Solamente estoy.  Lloro cuando me acuerdo de momentos específicos, como hace unos meses cuando murió Pita, la mamá del proge: por alguna extraña razón, yo sentía a Pita como la abuelita chineadora quien me llevaba a comprar leche de caja porque yo no tomaba de vaca.  Yelba era más como la abuela que cuidaba todos los días, por eso y mil razones más, era más fuerte, regañona, que demostraba su cariño a su manera.

Después del funeral, me fui a la casa de Yelbis.

“¿Qué te pasó?  ¿Por qué andás triste?”

“Murió Pita”

“¿Quién era ella?”

“La mamá del proge”

“Entonces, ¿qué era tuyo?”

“Mi abuelita”

Silencio

“No te preocupés, que todavía te quedo yo… vení, sentante a la par mía.”

O cuando me acuerdo que hace un mes, ya se le iba el patín y juraba, por un Dios en los cielos, que estaba cumpliendo años.  ¿Qué hace uno en esos momentos?  Llevar flores, comprar queque y celebrar.

Cuando estaban metiendo su cajita en el nicho, a doña Martha se le ocurrió una idea maravillosa: si doña Yelba fue siempre tan graciosa, con un sentido del humor tan espectacular… qué mejor manera de despedirla que contando aquellos momentos graciosos, como cuando me invitó a tomar café para confirmar mi sexualidad.  Todas nos acordamos que para los cumpleaños nos regalaba cosas que ella ya no usaba, pero que debían de tener algún valor para ella, como el famoso fustán para vestido de novia.  De la vez que salió de una tienda de Bush Gardens con un mono de peluche, que hasta la tarde se dieron cuenta que no lo había pagado nadie y aun así, se lo quería vender a otra prima.

En la homilía, el padre decía que teníamos que pedir mucho a Dios, que debíamos tener “…la esperanza que está en el cielo…”

La Esperanza, Yelba Esperanza, está en el cielo.

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Historico de las historietas

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He pasado por muchas marthadas y momentos de angustia sudor y lágrimas, como para que alguien más lo tome prestado y sin permiso.
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