Desabrochando a Martha

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Siguiendo las manecillas del reloj: 1.Los participantes ticos en la costa Este, en el aeropuerto de Newark 2. Mi hermano anfitrión, Darrel, en el 2009. 3. Una tarde de kayak en el río Potomac, con Marcelo (Chile), Shun (Japón), Cedric (Bélgica), Felipe (Chile y fotógrafo) 4. Pequeña reunión, 2013: Cedric (Bélgica), Ocean (China), Rodrigo (Portugal) y Stephanie (Alemania) 5. Mi mamá y papá anfitriones, 2009.

En 1999 tomé la decisión de irme de intercambio.  Todo comenzó por un par de “compañeros” que venían regresando: uno venía de Gran Bretaña y la otra de Estados Unidos, ambos estaban tan felices y con tantas historias que contar, que no podía más que envidiarlos.  Yo quería vivir lo mismo.

Empecé a tirarle las chinitas a doña Martha, contándole de Maldonado que venía todo contento y de la China que se veía muy fluida en inglés… qué sé yo qué tonteras…  Un domingo, me acuerdo estar en el comedor dedoña Yelba tomando café con mi mamá y mi hermana de apoyo, cuando le dije que de verdad, de veritas, que yo me quería ir un año de intercambio.  Ella me miró a los ojos y me dijo que estaba bien,  pero que si lo iba hacer, tenía que ser con la American Field Service (AFS)

Después me dijo que, de sus cuatro hijos, yo era la última que se hubiera imaginado que quisiera ir.  Al parecer, ella  intentó irse de intercambio en su adolescencia, pero en el último segundo, mi abuelito decidió que mejor no.  Ella trató de convencer a mis hermanos, pero ellos o no querían o no podían.

En fin, conseguí el número de teléfono, pedí  información, recibí la visita de doña Grace (la cabeza del comité en aquel momento), me dejó los papeles y comencé a llenarlos.  En una semana, ya todo estaba listo.  Los países que había escogido eran Alemania, Bélgica y Austria, después de que me enterara que Gran Bretaña lo habían cerrado.

Duré como seis meses de preparación, donde tenía que mantener buenas notas en el colegio, ir a reuniones todas las semanas con el comité, reuniones nacionales todos los meses y hasta un campamento final.  Yo no les puedo explicar la emoción que se siente cada vez que vas a una reunión y te das cuenta que estás un paso más cerca de cumplir con el objetivo, sin dejar de lado la adrenalina al escuchar las anécdotas de exparticipantes o de familias anfitrionas.

Lamentablemente El tarado (porque no hay otra palabra) que estaba encargado de envíos, agarró las aplicaciones y las envió donde se le antojó.  En mi caso, cuando me llamó para decirme que ya me habían aceptado en Estados Unidos, yo sentí que el mundo se me venía encima porque no hay país con el que menos sienta atracción en la vida de la existencia.  Me acuerdo haberle gritado al teléfono, visitado a la oficina para exigirle que viera a ver como hacía, pero que yo a Estados Unidos no iba a ir.

El tipo este, muy inteligente, llamó a doña Martha y le contó la situación.  Ella dijo que, como yo siempre me metía en problemas, mejor que estuviera cerca por aquello que tuviera que irme a recoger.  Lo único que pude pedir fue que me enviaran a la costa Este.  Una semana antes de irme, me llamaron porque tenía una familia en Silver Spring, Maryland, dentro del área de Washington DC.

El 11 de agosto del 2000, en la pura mañana, estaba con dos maletas, desayunando en la cafetería del antiguo aeropuerto con toda mi familia.  Creo que no comí por estar cagada de miedo.  Cuando ya tenía que pasar migración, abracé a mis hermanos, al proge y lloré como una Magdalena, diciéndole a doña Martha que mejor no, que por favorcito, que yo le pagaba lo que se había invertido en el intercambio, pero es que vea, tenía tanto miedo, estaba tan asustada, que de veritas, yo no quería ir, que por lo que más quisiera, no me dejara montarme en el avión.  Ella solo me abrazó y me dijo al oído “no, usted tiene vivir este intercambio por las dos, usted va ir a vivir lo que yo no pude”.

Con esas palabras, me monté en el avión, sin familia, con muchos amigos, con un mundo de expectativas de lo que podría ser mi experiencia.

En términos normales de la vida, no me gusta mucho hablar de mi experiencia porque cómo explicar lo que realmente se siente cambiar de familias dos veces, que tengo amigos en todo el mundo a los que adoro, que tengo una familia que me enseñaron todo y más, a los que llamo mom, dad, bothers, grandma, pops y uncle Bruce.  ¿Cómo explicar que yo tengo dos ciudades a los que llamo hogar? (bueno, ahora son tres con potatoland, donde vive doña Martha, mi hermana y su familia)

Sin duda, ha sido la experiencia más importante de mi vida, que marcó un antes y un después.  No solo cambié la forma de comportarme, relacionarme… además aprendí habilidades que, solo cambiando de ambiente, se pueden aprender.  Para que tengan una idea, mi papel en la dinámica familiar era completa y totalmente diferente: en mi familia de intercambio tengo tres hermanos varones y ambos papás en la casa, además, era una de las mayores, ¿ya se fijaron que es una familia afroamericana?

Al ser mujer, mom y yo  tenemos una relación muy femenina: bailábamos todo el día, cantábamos, veíamos musicales, íbamos de compras, hablábamos de hombres guapos, nos hacíamos el pedicure… todo lo que hacen madres e hijas, que ella solo había podido experimentar con su sobrina durante un tiempo y yo a medias porque doña Martha siempre trabajaba.  Solo imaginése escuchar que esta latina le gritara a una madre afroamericana, que si le gustaba la blusa para ir a tal lugar… unas salvadoreñas se nos quedaron viendo perplejas y sin saber que yo hablo español, se dijeron: «Viste como esta le dijo a la otra mamá… qué raras… seguro es adoptada…»

… bueno, hasta cierto punto, tenían razón…

Gracias a esta experiencia aprendí a perder el miedo, a arriesgarme cuando no hay nada que perder.  Constantemente estoy probando cosas nuevas: experiencias, comidas, licores, deportes… nómbrenlon, que yo a todo digo que sí… bueno, casi todo… con mi pánico a las alturas he tenido que aprender a contener el entusiasmo.  También ya no le tengo pavor a equivocarme porque eso se convierte en el diario vivir durante los primeros tres meses de la experiencia, especialmente cuando no hablás el idioma de donde estás.

O bien, desarrollás la habilidad de comunicarte, ante cualquier situación… inclusive si es un hombre atractivo con el que estás platónicamente enamorada, aunque comience a reírme como estúpida, me ponga roja y a sudar como pollo asado.  Creo que el roce con otras esferas hace que hasta los títulos y las clases sociales pierden su supuesto “valor”, pues todos se convierten en iguales y se vuelve muy natural compartir con cualquiera.

Por eso, el concepto de la tolerancia toma un significado aún más valioso.  “No es bueno, no es malo, es diferente” es el mantra de AFS y casi que se nos tatúa en el corazón.  Es tan verídica.  Es la forma de poner  en palabras las maneras del mundo: cada quien hace las cosas como mejor puede, de acuerdo a sus propias circunstancias y, aunque no es como uno las aprendió, funciona y eso está bien.

Yo podría sentarme horas contando anécdotas: de por qué tengo amigos que me dicen que si estoy chorring the coffee con mi media, o de cuándo conocí a Oprah, de cómo celebré el año nuevo o de los mares que lloré el último día, del dolor de saber que no iba a volver a ver a algunos de mis amigos (en aquella época no estaba el boom de las redes sociales).  Pero creo que lo mejor que puedo hacer es invitarlos a vivir su propia experiencia, ya sea un año colegial o seis meses de servicio comunitario o ir aprender un nuevo idioma en alguna escuela… esta es una de esas cosas que recomiendo con mis ojos cerrados y las manos al fuego.  Por la vida misma que no se van a arrepentir ni un segundo.


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... ¿quién dijo miedo?...

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Historico de las historietas

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